Los años sesenta del siglo XX fueron muy importantes para la publicidad. Los estilos que habían caracterizado hasta entonces esta disciplina, que podía ser a la vez un arte, daban paso rápidamente a unos nuevos, entrevistos ya a finales de los cincuenta, mucho más influidos por las vanguardias.
Se vivía una etapa económicamente más próspera, y aunque nuestro país estaba en pleno franquismo, había una cierta voluntad del Régimen de acercarse formalmente a los estándares del mundo occidental para no acabar de dar al exterior la imagen de país atrasado y polvoriento –aparte de autocrático y injusto–, que ya apuntaba.

Pla-Narbona, Incomunicación, 1980.
Esta brecha la aprovecharon muchos artistas para salir de caminos rutinarios, y anunciar productos con una creatividad impensable antes. Pero el hecho es que entonces no sólo la publicidad comercial pasaba por un gran momento, sino también la publicidad cultural.
Uno de los protagonistas de este cambio aquí fue Josep Pla-Narbona, dibujante de un trazo purísimo y seguro, que había bebido en las fuentes de la tradición consolidada –Hieronymus Bosch, la Italia del Quattrocento, los manieristas, Goya, Picasso, el Surrealismo del que confesaba haber vivido los últimos restos en París–, pero también en otros que encontró por su cuenta en viajes formativos, como el suizo Hans Erni.
Hijo del Clot, huérfano desde muy niño, formado con Lluís Muntané en la sucursal de Lonja de la calle Sardenya de Barcelona, y cerca de grandes nombres del cartelismo publicitario de entonces, como Amand Domènech, Josep Artigas o Ricard Fàbregas, de todos los que fue ayudante en su juventud, Pla-Narbona adquirió un dominio del dibujo enorme, constantemente ejercitado, a conciencia, y pronto lo aplicó al diseño publicitario.

Pla-Narbona, cartel Cosmo, 1973.
Aunque nunca quiso abandonar el cultivo del arte puro, las circunstancias llevaron a Pla-Narbona al arte aplicado, y muy especialmente, pues, al grafismo. Era un compromiso alcanzado sin amargura: el grafismo le daba la posibilidad de expresar su personalidad y al mismo tiempo no desatender su subsistencia. Su voluntad era la de ser artista, pintor, dibujante, grabador, pero se encontró inmerso en el mundo del grafismo en una época en la que costaba mucho separarse de él, porque había mucha demanda, y en consecuencia se podía vivir muy bien, si había talento, de este tipo de encargos.

Pla-Narbona, Retrato de Francesc Fontbona, 1974.
Vivió en París (1956-58), donde trabajó en una buena agencia, publicite R. L. Dupuy, y se aireó convenientemente. De nuevo en casa, continuó practicando el dibujo del natural, en el Cercle de Sant Lluc de Barcelona. Trabajó ya para empresas importantes –Uriach desde mucho antes, Carlo Erba, Comercial Ebro, Burés, Nestlé, Jorigu, Cosmo, Sandoz, Hogarotel–, hizo carteles institucionales –España, 1958; Zoo de Barcelona, 1959–, y también tomó contacto en Suiza (1962) con el grafismo mundial más nuevo. Al volver se relacionó con Cela, Espriu y Rof Carballo, y quizás estos contactos despertaron en él las ganas de hacer una buena galería de retratos dibujados de contemporáneos que puede hacer pensar, conceptualmente, con las que Casas, Callicó, Santsalvador o Santos Torroella habían hecho previamente. Como artista plástico no se apuntó a ninguna tendencia de moda, sino que construyó una de «fabricación» propia, en la que intervenían aparte del dibujo, el modelado, la fotografía y sobre todo la conceptualidad.

Pla-Narbona, cartel Semana Santa Sevilla (1965), inèdit. 1r Premio Internacional de Carteles, 1965.
Fue el primer presidente de Grafistas Agrupación FAD (1961), y lo volvería a ser. El logotipo famoso del diario Tele/eXpres (1963), carteles como los de Sonimag (1964), Ronda de mort a Sinera –drama de Espriu-Salvat–, y Semana Santa Sevilla (1966) –cartel premiado internacionalmente y muy celebrado, que el Ministerio de Cultura que lo había convocado, en cambio no editó nunca–, o Las moscas de Sartre (1968) –obra teatral de la que hizo también la escenografía– hacen época, con su intensidad plástica conseguida a menudo sólo con formas negras sobre blanco: la mayoría con papel negro recortado y desgarrado. Trabajó para varias editoriales, especialmente Llibres de Sinera, empresa de la que formó parte y que económicamente no tuvo éxito, a pesar de obtener una notable presencia social.

Pla-Narbona, Paisatge antropomòrfic, 1972. Aguafuerte.
Fue además uno de los grandes aguafuertistas del país, y no por ello dejó, sin embargo, de exponer como artista tout-court en todas partes: aparte de en Barcelona o Manresa, lo hizo en Varsovia, Nueva York, Frankfurt, Los Ángeles, La Haya, Chicago, y en muchos otros lugares del mundo, al tiempo que obra su ingresaba en el MoMA de Nueva York en 1973.
Sometimos sus realizaciones al análisis de un psiquiatra especializado.
La presencia pública de sus anuncios, carteles y diseños tan personales era arrolladora. Pero aquel Pla-Narbona era un hombre mentalmente muy complejo, y cuando con Francesc Miralles hicimos un libro sobre él –Crònica i treballs del dibuixant, gravador i escultor Pla-Narbona…, Curial, Barcelona 1974–, sometimos sus realizaciones al análisis de un psiquiatra especializado, y éste detectó el reflejo de un mundo pre-psicótico. Y en este caldo de cultivo se desarrolló un gran descalabro vital, en el que intervinieron factores personales, profesionales y sociales. La época de las vacas gordas se estaba desvaneciendo, y el boom de la publicidad fulgurante se redimensionaba a la baja.

Pla-Narbona, cartel de Les mosques, 1968.
Desde entonces, el Pla-Narbona grafista estelar se acabó, pero cuando se repuso anímicamente del estruendo inició una nueva vida, centrada en la creación artística pura. No dejó el grafismo aplicado, pero su práctica disminuyó mucho. Todo aquel mundo que había aflorado en sus anuncios, ahora se desarrollaba en pinturas al óleo y dibujos sin dimensión utilitaria, basados en su trasfondo surrealista y a menudo de un lirismo personal, pero más a menudo todavía muy críticos con la condición humana (hipocresía, incomunicación, represión de la catalanidad), en plasmaciones donde sin embargo un humorismo sutil suele estar presente, como son referencias frecuentes al erotismo, el circo y un perfume de Commedia dell’Arte que atraviesa su obra a lo largo de todas sus épocas. Fue premio de dibujo Ynglada-Guillot, en 1976. Véase http://www.pla-narbona.com/.
Los reconocimientos llegaron en aquella segunda época de su carrera: el Laus de Honor de la ADG-FAD (2000), el Premio de Diseño de la Asociación Española de Profesionales del Diseño (2001), el Premio Nacional de Diseño de España (2004), el premio Ilustrad’Or de la Asociación Profesional de Ilustradores de Cataluña (2011), la Medalla de Oro del Cercle Artístic de Sant Lluc de Barcelona (2012), y la Creu de Sant Jordi de la Generalidad de Cataluña (2019). El mejor de los premios, sin embargo, fue seguramente haber podido pasar la segunda mitad de su vida, hasta rebasar los noventa años, en paz y armonía con su entorno más inmediato.
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